Lo que prometía ser una vuelta en bici agradable ha finalizado malamente. Mi colega Blaz se ha caido y se ha roto el brazo derecho. Un poquito por abajo del codo. Casi fractura abierta.
Hemos llamado a la ambulancia y ha tocado esperar unos eternos 30 minutos. Después, en el hospital, le han dicho que tocaba operar: placa, tornillo...y a casa. Menos mal.
En el hospital me he encontrado con la mujer de un tipo que me vendió unas botas Oxtar hace un mes. Se acababa de pegar una piña y parecía que tenía rota alguna pierna, pero que iba a contarlo. Al final ha resultado tener una rotura de fémur. Lo dicho, plaquita, tornillo...y a casa.
El motivo por el que escribo es que después, hablando con la esposa, me ha comentado que tras el accidente le han desaparecido el casco, los guantes y la chaqueta; mientras que a la moto le faltan la mitad de todos los accesorios que llevaba. Tenía una R1 con todo lo que uno se puede imaginar y algo más. ¿Quién ha sido?
Hace falta ser rastrero y mala persona para hacer una cosa así. Romperse un fémur debe de fastidiar horrores, pero darse cuenta de la fauna que hay a nuestro alrededor y ser víctima del robo, también debe doler lo suyo. O más.
A cada cerdo, le llega su San Martin.